Nunca he creído eso de que las comparaciones son ociosas. Además de ser divertidas (siempre hay alguien que sale mal parado), son una medida para entender lo que nos gusta y lo que no. Desde que me topé con maravilloso “Manual para mujeres de limpieza” a inicios de 2017, Lucia Berlin se convirtió en mi cuentista favorita. Creo que esto fue, en parte, porque sus historias y su forma de narrar me recordaba a mi cuentista favorito: Raymond Carver. Ambos tienen un ojo agudísimo para encontrar profundidad en las historias cotidianas, una sensibilidad para señalar las fallas en las relaciones y un humor que permite al lector respirar entre tanta densidad. Pero Berlin tiene algo que Carver no: ternura. Y, piensen lo que piensen las huestes posmodernas y permanentemente ofendidas por cuestiones de género, me parece obvio que esa característica le viene de ser mujer. La ternura, rasgo eminentemente femenino, no suaviza, sino que actúa como un elemento disonante en las historias de Berlin, haciéndolas mucho más complejas. Entre el alcoholismo, las madres abusivas, las heridas imborrables de la infancia y el tedio de la vida diaria, se aparecen también destellos de generosidad, redención y melancolía. En los cuentos de Carver el horror coexiste con la belleza; en los de Berlin, horror y belleza son dos formas de nombrar una misma cosa. Lucia Berlin se lanza al abismo sonriendo.
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