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Foto del escritorGabriela Solis

Una novela rusa


Que Emmanuele Carrère es un snob burgués (¿se puede ser otro tipo de snob?) no es un secreto: él es el primero en admitirlo. Sin embargo, en las tres novelas anteriores que había leído de él, este rasgo no era irritante. Carrére, consciente de la circunstancia extraordinaria que es haber nacido en una casa culta y rica y poder dedicarse a la literatura para vivir, se desliza por un camino muy común para los que no tienen que vivir en el mundo real de trabajar para sobrevivir: la angustia existencial.


Esas luchas internas dieron lugar a tres novelas brillantes: El Reino –donde mezcla de la narración de su episodio psicótico que se tradujo en una breve pero radical conversión al cristianismo con la biografía de los evangelistas Pablo y Lucas–, Limónov –la fascinante biografía de un escritor ruso que ha sido poeta, ladrón, vagabundo, mayordomo, soldado, activista político y presidiario– y De vidas ajenas ­–una reflexión sobre el aspecto psíquico de una enfermedad devastadora como el cáncer, y los beneficios de la palabra (la literatura, el psicoanálisis, poder enunciar nuestros dolores) en oposición a los estragos del silencio. En esas novelas, Carrére utiliza la libertad que tiene de vivir en su mundo interno más que en el real para crear obras contundentes y desgarradoras. Una novela rusa es otra cosa.


Este libro fue realmente difícil de terminar por lo repugnante que resulta el autor, que siempre es uno de los personajes porque su estilo mezcla la autobiografía con la ficción. Aquí no vemos a alguien que usa la angustia como materia para crear, sino a un señor lleno de berrinches ridículos, clasista, y tremendamente tóxico. La novela oscila entre la narración de un viaje a Kotelnich –un pueblo ruso olvidado– para hacer una película y la relación de Carrère con su novia de entonces, Sophie. Los viajes a Kotelnich son desastrosos porque Carrère está demasiado frustrado por no poder aprender ruso (la lengua de su madre) y este “problema” arruina su estado de ánimo y lo vuelve irascible y descortés. Aun así, hay rasgos interesantes: la exploración del alma rusa –siempre algo alcohólica, mística y melancólica.


La parte de Sophie no tiene rescate. Carrère es manipulador, celoso, paranoico, obsesivo: como un niño que hace berrinche hasta que su madre lo carga en brazos. El clímax es cuando escribe un relato “erótico” (digno de todos y cada uno de los memes que se burlan sobre cómo los hombres escriben literatura erótica sin considerar a la mujer como un individuo que busca su placer sino un instrumento para incitar el placer propio) en Le Monde para que Sophie lo lea y se excite camino al trabajo. A Sophie se le atraviesa la vida y no puede tomar el tren ni leer el relato: eso basta para desatar la furia de Carrère, quien no concibe que su narcisismo no sea compartido por el resto de las personas y se ofende irreparablemente. De ahí todo es cuesta abajo y es francamente patético. Me alegré enormemente por Sophie cuando POR FIN rompen. You go, girl.


Es gracioso ir leyendo a un escritor “en reversa” (esta novela es anterior a las 3 que mencioné al principio) y ver cómo ha evolucionado su nivel de madurez literaria y de vida. Supongo que es a lo que cualquier escritor aspira: que sus primeros textos sean intentos por ir descubriendo su voz y sus temas y que obra a obra vaya quitando todo aquello que impide al mármol revelar la escultura que se esconde en el bloque sin forma.

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