Un ensayista presuntuoso quiere demostrarnos lo mucho que sabe o ha reflexionado sobre un tema. Un buen ensayista nos hace parte de sus propias indagaciones sinceras. Este es el caso de Joan Didion, quien en este libro aborda un par de experiencias terribles por sí mismas, pero más duras porque ocurrieron al mismo tiempo: la muerte de su esposo y la hospitalización de su hija. Es un libro conmovedor sobre el desconcierto, sobre las tragedias repentinas y lo que éstas desencadenan.
El esposo de Didion, con el que llevaba casada 40 años, murió de un infarto fulminante un 30 de diciembre. Este ensayo es una carta de amor a él, pero también un intento por comprender su muerte: la obsesión con la aparente normalidad en que el suceso ocurrió, la lectura de símbolos por todos lados, la culpa por no haberse podido anticipar, la desazón de no despedirse, la crudeza del luto. Didion comienza por sumergirse en la literatura técnica sobre cardiopatías, siguiendo un patrón familiar para algunos de nosotros: usar la información como forma de lidiar con la angustia (yo, por ejemplo, leo y releo artículos de aeronáutica que explican por qué es casi imposible que un avión se caiga del cielo cada que tengo que subirme a uno).
Después explora los mecanismos psicológicos del luto y esa presión por ser estoico ante el dolor: ¿por qué está mal visto sufrir abiertamente? Para criticar la autocompasión, se suele citar un verso de D.H. Lawrence: “I never saw a wild thing / sorry for itself”. Didion lo refuta explicando cómo la pérdida de un compañero cercano cambia la percepción de uno mismo, cómo afecta no sólo las emociones y la psique sino también los procesos fisiológicos más básicos, sumiendo a quien sufre una pérdida en una especie de locura temporal. Cuando su esposo recién murió, Didion cuenta que comenzó a sacar su ropa, pero no pudo deshacerse de sus zapatos. “Los necesitará cuando regrese”, pensaba. Ella estaba consciente de que era un pensamiento irracional, pero lo sentía tan cierto como que estaba viva. A eso se refiere el pensamiento mágico, una de las formas más interesantes que tiene la mente para lidiar con el dolor.
Es un cliché, pero es cierto: el amor no termina con la muerte. Hacia el final, Didion lo explica con una ejemplo desgarrador y clarísimo: “I could not count the times during the average day when something would come up that I needed to tell him. This impulse did not end with his death. What ended was the possibility of response”.
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