A veces una llega a un clásico 34 años tarde; qué se le va a hacer. Me sorprendió descubrir que en realidad este breve y entretenido libro tiene muy poco que ver con la ciencia ficción. A Bradbury no le interesa teorizar sobre cómo son los marcianos, su forma de vida o conocimiento: Marte es sólo un pretexto para hablar del potencial destructivo de la humanidad.
A través de las crónicas, leemos cómo los humanos colonizan un mundo nuevo sin intentar comprender a sus habitantes y cómo en lugar de aprender de ellos insisten en imponerles su forma de vida. Al principio, los marcianos ofrecen algo de resistencia por medio de una técnica interesante: la telepatía y la alucinación. En vez de atacar a los humanos con armas, los hacen creer que ven a sus padres/hermanos/esposas que habían muerto y han vuelto a la vida en Marte. Una vez que se sienten completamente en confianza, les matan. Es interesante proponer que lo más eficaz para desarmar a un enemigo son las emociones, los recuerdos, y el amor.
Los marcianos logran acabar así con las primeras expediciones humanas, hasta que una enfermedad humana, la varicela, acaba con la civilización marciana (españoles, viruela y Tenochtitlán, anyone?). Aunque este libro se publicó en 1950, el resto de las crónicas lidia con temas que son espeluznantemente contemporáneos: racismo/nacionalismo, guerras nucleares, la tecnología como escape de la soledad.
Al final, la Tierra dejar de existir gracias a una guerra nuclear y sólo unos cuantos humanos consiguen escapar a Marte. Unos de ellos son una familia con tres hijos, y esta cita del padre resume bien la filosofía del libro entero:
“Life on Earth never settled down to doing anything very good. Science ran too far ahead of us too quickly, and the people got lost in a mechanical wilderness, like children making over pretty things, gadgets, helicopters, rockets: emphasizing the wrong items, emphasizing machines instead of how to run the machines. Wars got bigger and bigger and finally killed Earth”.
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