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Foto del escritorGabriela Solis

Rue des Boutiques Obscures



“Yo no soy nadie” es la frase con la que comienza esta novela. Su sentido es más literal que existencial, ya que el protagonista sufre de amnesia. Para no enloquecer, ha adoptado otro nombre –Guy Roland– y se ha forjado una nueva identidad: irónicamente, trabaja como detective privado. Cuando su jefe se jubila, Guy decide comenzar a investigarse a sí mismo y ver si puede reunir las suficientes pistas sobre su pasado para re-conocerse. Al principio, el libro parece ser una novela policiaca: pistas a seguir, testigos a interrogar, investigaciones por armar. Sin embargo, pronto nos damos cuenta de que no cumple con los cánones del género: no hay tensión ni resoluciones, todos los caminos llevan a una misma frustración silenciosa. Descubrimos, entonces, que ese es el verdadero objetivo del libro, interrogarnos sobre la memoria y la identidad. Un nombre y una nacionalidad no constituyen la propia identidad, así como la memoria no es sinónimo de realidad o verdad. ¿A qué aferrarnos para saber quiénes somos? ¿Qué pista no es falsa, cuál recuerdo no es subjetivo? Aunque a la mitad de la novela Guy comienza a recordar fragmentos de su pasado, la incertidumbre no desaparece, pues depende de la memoria de los otros para saber de sí mismo y, lo sabemos, no hay historias objetivas. La memoria está hecha de experiencias: para tener experiencias, se requiere de los otros y de su percepción subjetiva. Para contar las experiencias, se requiere de las palabras y, ¿qué hay más arbitrario que el lenguaje?

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