He aquí una obviedad: contar una buena historia no es fácil. Decía George Saunders: “No es necesario tener una gran teoría sobre la ficción. Los escritores no tenemos que preguntar nada más que: ¿una persona razonable, leyendo la línea cuatro, se sobresaltaría un poco y continuaría leyendo la línea cinco?" El lector de Páradais no puede parar de leer la siguiente línea y la siguiente y la siguiente, y eso es un triunfo. Es evidente el trabajo de construcción minuciosa que hay detrás de las parrafadas enormes de Polo, de los capítulos que están compuestos por tres párrafos de 15 hojas cada uno. Me da vértigo imaginar todo lo que Fernanda eliminó y lijó para dejar el texto hecho este animal magro y salvaje.
Leí un texto muy mamón donde se quejaban de que la banda opinaba de Páradais como si fuera un producto de entretenimiento y no un libro: “te agarra y no te suelta”, “se lee de una sentada”. No entiendo cuál es el enojo con que la crítica literaria tome prestadas expresiones de otros lugares menos serios (no me digan que en 2021 siguen existiendo los puristas de las artes, por su madre), sobre todo cuando son efectivas para entender el impacto de una obra. Porque es cierto: Páradais es una bala al pecho, una ola de acción increíblemente intensa de la que no bajas hasta que rompe en la playa.
Si contener la respiración 150 páginas es imposible, ¿dónde están los respiros? Yo diría que en dos aspectos que van ligados: la sensibilidad de Polo que da pie a los escasos momentos donde la prosa pausa la acción arrolladora para hacer una metáfora o una descripción. Cuando Polo recuerda a su abuelo, emerge una ternura que no está en ningún otro lado de la novela y que consigue párrafos tan hermosos como éste:
“Un sueño que su abuelo había olvidado al hacerse cada vez más anciano, y que la madre de Polo se encargó de volver totalmente imposible cuando la muy culera decidió vender las herramientas del viejo, aprovechando que éste ya se encontraba postrado en la cama, totalmente perdido en sus alucines, llorando aterrado, sin reconocer a nadie, sin entender por qué lo tenían amarrado con vendas; una cabronada soberbia que Polo todavía no le perdonaba a su madre, haberse deshecho de esas herramientas que eran su herencia, su derecho, las sierras hechizas, las gubias y escoplos artesanales que su abuelo había confeccionado a lo largo de los años, con cero estudios y mucha maña y todavía más necesidad y hambre, a la medida de sus toscas manazas morenas, rasposas y mutiladas por el roce incansable con la madera basta. ¡Qué cabrón había sido su abuelo y qué incomprensible también! ¡Y cuánto lo había amado Polo y también temido (…)!”
No abona mucho hablar del evidente dominio de la oralidad que tiene Melchor; su prosa violenta y pulida es lo que hizo de Temporada de Huracanes el éxito internacional que es y de ella la autora mexicana contemporánea más relevante. Qué emocionante es poder leerla y presenciar cómo alguien cuya única apuesta es la literatura (SU literatura) la está rompiendo tan cabrón.
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