El año pasado me llevé vario y variado chasco por ceder ante la mesa de novedades literarias (El infinito en un junco, Furia, La perra). Me resistía ante este libro por la misma razón y ¡PAF! En realidad me estaba perdiendo de un novelononón.
Que los argentinos son los mejores narradores de Latinoamérica es un hecho, pero aun así me sorprendió la habilidad de Enriquez para mantener la tensión siempre hasta arriba en una novela de más de 600 páginas. Este logro no se pierde ni con los cambios de narrador que hay en cada capítulo, pues cada uno tiene una peculiaridad que nos hace querer seguir leyendo: la tragedia y la furia de Juan, la ambición de Rosario, la lucha contra el destino de Gaspar; todos bien tejidos alrededor de una historia alucinante de horror y magia.
Nuestra parte de noche ganó el premio de novela Herralde en 2019. Parte del veredicto señala que este libro se inscribe en la tradición de la novela latinoamericana total, como Rayuela, Cien años de soledad, Los detectives salvajes (qué monstruos, apenas escribo los títulos quiero dejarlo todo y correr a releerlos). Enriquez logró encajar, a base de puro oficio y gozo por narrar, una obra monumental de horror –género muchas veces ninguneado por no ser alta literatura, cualquier cosa que eso sea– en el canon. Ídola.
Y aunque el centro de la historia son los médiums, las sectas y lo paranormal, los personajes no son más que humanos que sufren los dolores comunes de nuestra especie. Diría que la otra pierna narrativa sobre la que se sostiene la novela es la paternidad y sus ambivalencias, como amar a tu hijo por sobre todo, pero no soportar su niñez a veces o no poder ser el padre que necesitaría porque hay un destino mayor que la esfera familiar. Que Juan proteja a Gaspar a través del dolor –siempre emocional, a veces físico– y que lo haga sin titubear, sabiendo que si flaquea un milímetro corre el riesgo de destruir a su hijo, es una estampa retorcida y extrañamente conmovedora del amor.
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