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Foto del escritorGabriela Solis

Migraciones



Migraciones es un poema escrito a lo largo de 40 años, así que el calificativo “largo aliento” pocas veces ha encontrado un mejor objeto qué describir. Supongo que cuatro décadas es apenas suficiente cuando necesitas exorcizar a tu madre. La Madre arquetípica –tan devastadora y omnipresente como admirada y protectora– es la columna de este poema. Gervitz le habla a ella casi todo el tiempo, pidiéndole (exigiéndole) una diversidad de cosas, esas cosas imposibles que todos los hijos le pedimos a nuestros padres: que nos cuiden sin sobreprotegernos, que nos guíen sin definir quiénes somos, que nos amen sin abrumarnos. Gervitz pinta a su madre como una deidad inconquistable, ante la cual su mejor alternativa para sobrevivirla es sacrificarse a sí misma al fusionarse con su madre hasta volverse ella. Los únicos momentos donde Gervitz puede ser ella misma es cuando experimenta placer sexual. Es lógico: ¿cómo si no es reconociéndonos como seres sexuales cortamos lazos con la infancia y nuestros padres? La toma de conciencia del cuerpo es el paso hacia la individuación, una necesidad que no es de vida o muerte –como las que la madre puede saciar: comida, casa, cobijo–, sino hedonista. Migraciones es un poema doloroso quizá porque es un exorcismo fallido y La Madre termina imponiéndose de una manera u otra. Sirvan como ejemplo estos versos, un ruego triste porque no aspira a la libertad, sino a la esclavitud serena: “déjame ir / suéltame / madre misericordiosa / ten piedad de mí / sostenme / derrótame pero dame tu consuelo”.

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