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Foto del escritorGabriela Solis

Matate, amor


La protagonista es una mujer incómoda: recién parida, no encuentra dicha en nada. Su marido la desespera, su hijo la agota, sus suegra la asedia, la vida en el campo la mata de tedio. En ese agobio permanente, sólo encuentra consuelo en dos cosas: el sexo y la naturaleza salvaje. La mujer comienza un extraño amorío con un vecino y lo mismo se escapa de casa por las noches para ir a un encuentro sexual que para revolcarse en los yuyos, el lodo y perderse en los ojos negros sin pupila de los ciervos.


Lee a Plath y a Virginia Woolf, escucha música clásica, ama a Glenn Gould, detesta a los Smiths. Fantasea con “que alguien pueda hablar de un personaje mío como hablan de Mrs. Dalloway”. Sabemos que tenía una vida intelectual, que escribe –escribía– y que está frustrada por ahora ser algo menos que un saco de carne con un periodo de atención ínfimo, leche que le hincha las tetas, y una neurosis sexual incontrolable.


La contraportada describe a este libro como una “arriesgada y honesta” novela, lo cual es nefasto porque no tiene nada que ver con la autora, pero sí con describir una novela escrita por una mujer sobre otra mujer que no cumple con los cánones de dulce-madre y abnegada-esposa. Cualquier novela que se escriba desde donde deben escribirse (desde la tripa y la necesidad, quiero decir) es arriesgada y honesta, pero al parecer esos adjetivos se usan para asombrarse de que una mujer escriba sobre el deseo y la pulsión de muerte.


El problema con esta novela es que resulta complicado sostener un monólogo rabioso por 120 páginas. Esta decisión formal provoca que exista una sola anécdota y un solo punto de vista: el sufrimiento de la narradora, lo cual puede volverse agotador. Sin embargo, Harwicz tiene hallazgos de imágenes muy poderosas en su prosa que no intenta poetizar, por ejemplo:


“El primer momento fue puro dolor. Ese tipo de dolor que no se comparte ni con uno mismo. Estuve de luto mucho tiempo, pero en un momento tuve, como la viuda cuando pone la llave en la puerta de su casa, por primera vez, como cuando cena sin hablar, por primera vez, como la viuda cuando se acuesta sola, por primera vez, una tristeza excitante, salvaje”.

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