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Foto del escritorGabriela Solis

La invención de la soledad


La muerte del padre es mi tema literario favorito. Su universalidad tiene que ver con su profundo significado psíquico: uno no se hace adulto, individuo hasta que mata simbólicamente al padre. Esa tarea necesaria es muchas veces desgarradora, y justo por eso tiene el potencial de engendrar grandes obras: Carta al padre de Kafka, Patrimony de Roth o La muerte del padre de Karl Ove Knausgård. Con Auster la gran obra se queda a la mitad.


Este libro, que Auster comenzó a escribir cuando se enteró de la muerte de su padre, en realidad son dos: Retrato de un hombre invisible y El libro de la memoria. El primero es arrebatador y sincero hasta el dolor. Auster siente la responsabilidad de escribir sobre su padre para que su recuerdo no desaparezca. Esto lo obliga a la confrontación con la realidad sin endulzar de quién fue su padre: un hombre frío, desapegado, sin ninguna cualidad extraordinaria y para quien la soledad era su mecanismo protector, su forma de retirada para no tener que enfrentarse a sí mismo y para que nadie más lo descubriera. Auster reflexiona sobre el shock que debió haber sido para un hombre así –pragmático, cuyo sentido de la vida era el trabajo de sol a sol– tener un hijo poeta. Pero era lo único que tenía sentido: ¿qué rebelión mayor ante la practicidad que la imaginación? Éste escribir con el corazón en la mano es conmovedor.


El libro de la memoria, en cambio, se aparta de esa sinceridad y es descaradamente artificioso. Si no eres Nabokov (el Dios del artificio literario), esta demasiada consciencia de ESTOY HACIENDO LITERATURA es un turn off enorme. Auster sigue hablando sobre experiencias personales, pero ahora es “A.” y nos atiborra con notas para El libro de la memoria (que no son notas sino el libro que de hecho estamos leyendo) y reflexiones poco originales sobre la orfandad (por lo solitario) del oficio de escritor. Lo más rescatable de esta segunda parte son las reflexiones sobre la paternidad, grietas por donde se cuela esa honestidad emocional que hace que un texto sea entrañable.


“Puesto que el mundo es monstruoso, puesto que puede conducir al hombre a la desesperación, una desesperación tan tremenda, tan absoluta que nada puede abrir la puerta de la cautividad de la desesperanza, A. espía a través de los barrotes de su celda y sólo encuentra un motivo de consuelo: la imagen de su hijo. Y no sólo su hijo, sino cualquier hijo, cualquier hija, el fruto de cualquier mujer y cualquier hombre. Puesto que el mundo es monstruoso, puesto que no parece ofrecer ninguna esperanza de futuro, A. mira a su hijo y se da cuenta de que no debe abandonarse a la desesperación. Cuando está al lado de su hijo, minuto a minuto, hora a hora, satisfaciendo sus necesidades, entregándose a esta vida joven, siente que su desesperación se desvanece. Y a pesar de que continúa desesperándose, no se abandona a la desesperación”.

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