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Foto del escritorGabriela Solis

La Historia me absolverá


Este libro es el alegato con el que Fidel Castro se defendió en 1953, en el juicio que se le hizo por el asalto al cuartel Moncada y Bayamo. Con una lógica argumentativa brillante y un impresionante conocimiento del Derecho, Castro explica las razones de la lucha armada que promovió el Movimiento 26 de Julio, liderado por él, para derrocar al dictador Fulgencio Batista.


Para el M26, había 6 problemas esenciales: la propiedad de la tierra, la nacionalización de las industrias, el desempleo, la vivienda, la educación y la salud. Sí, hay muchos claroscuros y matices interminables, pero tómense un minuto para ser aplastados por estas cifras: antes de la Revolución cubana, 57% de la población era analfabeta y la tasa de mortalidad infantil era de 42%. Hoy, Cuba tiene una tasa de alfabetización del 99.75% y la tasa de mortalidad infantil es del 1%; tiene 20 años en ese nivel.


La Revolución es una proeza histórica imposible de realizar sin costos muy altos para el pueblo. Súmenle, además, la imposibilidad de que un régimen político no se endurezca aún más por un embargo económico de 60 años. El asunto se reduce a la misma paradoja política de siempre: ¿justicia o libertad? La justicia implica que algunos tendrán que renunciar a ciertos privilegios para que todos puedan vivir con dignidad. La libertad –bella idea, mala ejecución– ha devenido en un mundo donde el 1% más rico del mundo tiene más del doble de la riqueza total conjunta del resto de la humanidad. ¡Y en 2020 todavía hay gente que atribuye tamaña inequidad a la meritocracia o al esfuerzo personal! Hay que ser muy imbécil para no darse cuenta de que la libertad es sólo el diminutivo: el nombre completo es libertad de mercado y eso se traduce en desigualdades abismales y en menosprecio de aquello que implica un gran gasto sin un beneficio monetario inmediato, como los sistemas gratuitos y universales de salud y educación. El tío Noam Chomsky lo decía bien: la clave para que un sistema como el capitalismo triunfe es dinamitar la empatía: creer que los pobres son pobres porque quieren, que las becas a los jóvenes son caridad y, claro, que tú eres exitoso –cualquier cosa que eso signifique– no porque hayas nacido en el seno de la clase media alta y hayas aprovechado los privilegios que esto conlleva, sino porque todo tu esfuerzo te llevó a donde estás, campeón.


Yo estuve en Cuba hace un par de años y todo el viaje fue una mezcla de sentimientos contradictorios. La llamita de idealismo que se enciende en el corazón al ver el “Vas bien, Fidel” junto a la cara de Camilo Cienfuegos en la Plaza de la Revolución se apacigua cuando una señora te pide que le compres leche para sus hijas y se vuelve a encender cuando el taxista te dice que es “pobre pero no miserable” y que él no deja la isla por nada pues ahí es donde está la dignidad. Regresé agotada: es tremendamente cansado confirmar que estoy muy acostumbrada a un estilo de vida depredador pero cómodo, y que renunciar a la comodidad requiere una fuerza de espíritu que no tengo.


Ya sé que no hablé casi nada del libro. Sospecho que el Comandante aprobaría.



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