Texto originalmente publicado en Think Tank New Media.
Querido Gustav Mahler:
El Siglo XXI es una época extraña: la fugacidad y la futilidad son la regla, lo que hace muy fácil vivir entumecido. No queda casi rastro del romanticismo que tu admirado Beethoven encarnó tan dolorosa y fielmente. Sin embargo, me maravilla que de pronto descubrimos obras que son como una cachetada: un golpe conmovedor, una sacudida apasionada.
Esos estallidos me recuerdan dos cosas tan fundamentales, que te daría vergüenza saber qué tan seguido se me olvidan. Una: estamos hechos para el gozo, el placer y la belleza. La vitalidad incomparable que siento al experimentar esas sensaciones es la confirmación de ello. Dos: el arte es el punto más alto del espíritu humano. Seguro esto último te parece una perogrullada, pero qué te digo, a veces las revelaciones son así de obvias.
Lo que me deja perpleja es la capacidad de conmovernos con creaciones que no son obras de Dios ni de la Naturaleza, sino de otro humano. Este hecho hace que mi cabeza quiera reventar cuando lo pienso con detenimiento.
Este sentimiento, afortunadamente para mi necesidad de darle una explicación a las cosas, tiene un nombre y está tipificado. Se trata del Síndrome de Stendhal, un padecimiento psicosomático que eleva el ritmo cardiaco, causa vértigo, confusión y palpitaciones cuando alguien enfrenta una experiencia donde la belleza le sobrepasa.
Se llama así porque en 1817 Stendhal –escritor realista francés, quizá alguna vez leíste Rojo y Negro – hizo un viaje a Florencia y describió su experiencia con estas palabras:
“Había llegado a ese grado de emoción en el que se tropiezan las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de la Basílica de la Santa Cruz me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.
Aún mejor que el hecho de que el Síndrome exista, es experimentarlo. A mí nunca me había ocurrido, hasta hacer un par de semanas que Mario y yo fuimos al Palacio de Bellas Artes a escuchar tu Segunda Sinfonía, la que titulaste Resurrección.
¿Se puede representar la vida en una obra? Porque me parece que eso es lo que Resurrección hace. Es a lo que muchos artistas aspiran, y sobran ejemplos de quienes lo han intentado, tanto en extensión como en profundidad. Marcel Proust y sus siete tomos de “En búsqueda del tiempo perdido” o Richard Wagner y sus óperas de seis horas. Pero lo que tú hiciste con Resurrección tiene que ver más con la esencia íntima del fenómeno.
Yo no conocía la pieza, nunca antes la había escuchado. Me enteré por el programa de mano que tenías en mente una narración muy clara, casi literaria, que acompaña la música y los cinco movimientos de la sinfonía:
Allegro maestoso
El primer movimiento es enormemente dramático. Según tú mismo, su objetivo es transmitir nada menos que la búsqueda del significado de la vida. ¿Con qué propósito has vivido? ¿Para qué has sufrido? ¿Ha sido todo una broma terrible?
Andante moderato
Son los recuerdos del pasado de la vida del héroe, ahora muerto. Es una danza suave y graciosa.
In ruhig fliessender bewegung (Apacible, con movimiento fluido)
El héroe está de vuelta al mundo real y sus sufrimientos cotidianos, atravesado por la angustia.
Urlicht (Luz primordial): Solemne, pero con sencillez
Se escucha la sencilla es ingenua voz de la fe. Es una canción infantil, nostálgica e introspectiva.
In tempo des Scherzos:Con ímpetu salvaje. Lento, maestoso, allegro enérgico.El gran llamado. Lento misterioso: Resurrección.
El final es indescriptible, de una intensidad que pocas sinfonías tienen. Representa el terror y la gloria plenos del Juicio Final y la Resurrección. Culmina con un coro apocalíptico y triunfante, uno de los climas más gloriosos y poderosos de toda la música; la pura emoción visceral del potente sonido producido por decenas de cantantes.
Cuando terminó, yo estaba llorando y respirando con dificultad. Estaba inmensamente conmovida. Había vivido una vida entera que no era la mía; había muerto, perdido y reencontrado la fe, había sido juzgada y había renacido.
Mario –sabio muchacho, te caería muy bien– sugirió que fuéramos por un trago para que se me asentaran las emociones. Mientras platicábamos de lo que acabábamos de escuchar, él dijo una frase que creo que resume bien la experiencia: “Nunca estamos preparados para la belleza”.
Y es cierto. Uno anda en la vida cotidiana, mundana y olvidable, y de pronto descubres una obra de arte tan potente, tan placentera, que te cimbra, te hiere físicamente y te obliga a detenerte. ¿Te pasó a ti alguna vez? ¿Con qué pieza, qué instrumento, cuál compositor?
Desde ese día, estoy ávida de conocerlo todo sobre ti. Tus obras, vida, ideas. Un enamorado cree que todos ven a su amor con los mismos ojos. Por eso, me sorprendió leer algunas críticas descorazonadoras que te hicieron en vida.
Sé que, entonces, tus sinfonías de Mahler eran desestimadas como “la indulgencia egoísta de un conductor de orquesta” (eras más reconocido como conductor que como compositor). En 1952, un crítico de la época dijo de tu trabajo: “es una hora de flagelación auditiva masoquista, con todas sus formas elefantinas, misticismo fatuo e histeria a gritos… que al final terminan un ridículo menos cero”. ¿Cómo lidiabas con esos críticos sordos a la belleza?
Aproximadamente una semana después del estreno completo de Resurrección, en diciembre de 1895, Mahler le escribiste al crítico Max Marschalk:
“El objetivo original de este trabajo nunca fue describir un evento en detalle; más bien se trata de un sentimiento. Su mensaje espiritual se expresa claramente en las palabras del coro final. El paralelismo entre la vida y la música es quizás más profundo y extenso de lo que se puede dibujar en la actualidad. Sin embargo, no le pido a nadie que me siga por este camino y dejo la interpretación de los detalles a la imaginación de cada oyente individual. En mis dos sinfonías no hay nada excepto la sustancia completa de toda mi vida”.
Mahler, yo te escucho 124 años después y siento casi con dolor físico la potencia de tu vida que derramaste en las sinfonías que le hablan a mi alma, feliz de enturbiarse con esta experiencia. Gracias, de veras gracias.
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