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Foto del escritorGabriela Solis

La anomalía



Amigos, creí que no existía, ¡pero la encontré! Una novela DIVERTIDA escrita en la segunda década de este siglo permanentemente indignado. Ha sido un oasis grato y un recordatorio de lo difícil que es narrar bien, ágilmente, y atreverse a que la anécdota sea el asidero principal. La anomalía es una historia que se sostiene por la inteligencia y agilidad de la narración, y no porque toque el tema social candente (léase: narcotráfico, feminismo, cambio climático, etc.). Vaya, que fue muy refrescante leer una historia que no intenta aleccionar, iluminar, educar o regañar.


La anomalía en cuestión es la siguiente: un avión de la ruta París-Nueva York con 243 pasajeros aterriza en marzo. En junio, el mismo avión con la misma tripulación vuelve a aterrizar. 243 personas tienen un doble que, con la salvedad de haber vivido tres meses menos que ellos, tienen los mismos recuerdos, miedos y pensamientos. La historia nos acerca a 10 de ellos, y el mosaico es riquísimo: un autor menor cuyo doble se suicidó en marzo después de publicar un libro que se volvió un éxito de ventas y ahora el doble lidia con la fama que siempre quiso pero que, técnicamente, no se forjó él mismo; un hombre que tiene la oportunidad de no atosigar a su amante esta vez y lograr que se quede con él; una abogada cuya doble está embarazada pero ella no, un exitoso asesino a sueldo obligado a seguir sus propias huellas, etc.


Se forma un grupo especial –científicos, gobierno, líderes religiosos– para desentrañar dos preguntas fundamentales: ¿cómo pasó esto? y ¿qué hacer al respecto? La primera pregunta sólo acepta teorías descabelladas: la realidad es una simulación, hay una especie de fotocopiadora divina, somos sólo un cableado hipertécnico de impulsos eléctricos y no hay nada que esté fuera de nuestro cerebro, es el inicio del Apocalipsis… Los dobles terminan conociéndose, y toda clase de preguntas filosóficas salen a flote: ¿existe el destino? ¿Cómo puedo saber que yo soy yo y no otro? Ninguna respuesta es satisfactoria y una científica lo resume bien: “Mientras la religión da una respuesta doctrinal y falsa, la filosofía ofrece una respuesta abstracta e inexacta”.


El leitmotif de esta novela es claro: la vida no tiene sentido, pero los humanos nos empeñamos en buscarlo porque somos máquinas de fabricar sentido. Otro personaje señala lo insoportable y patético que es esto: “Me niego a ser un programa. Si esa hipótesis es correcta, entonces vivimos una alegoría de la caverna, pero elevada a la enésima potencia. Y eso es insoportable: que no podamos acceder más que a la superficie de lo real, sin esperanza alguna de alcanzar el conocimiento verdadero, pase; pero que encima esa superficie sea una ilusión, ya es para pegarse un tiro”.


El giro de tuerca en las últimas páginas de la novela es de lo mejor; desternillante y perfecto. Esta novela ganó el premio Goncourt el 2020, el más prestigioso de las letras francesas, y es el segundo Goncourt más exitoso, sólo después de El amante de Margarite Duras.


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