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Foto del escritorGabriela Solis

Judas


Uno de los peores pecados que una novela puede cometer es ser aburrida. El pecado se vuelve mortal si el autor tenía la intención de que la obra fuera a la vez una épica (al estilo Tolstoi) y un estudio intimista (al estilo Woolf o Joyce). “Judas” falla en ambos rubros y en su combinación.


La premisa es ambiciosa: en lo micro, Shmuel –un estudiante sensible (demasiado pinche sensible­)– pretende escribir una tesis sobre Jesús ante los ojos de los judíos; en lo macro, se discute la legitimidad del Estado Judío, que existe porque invadieron Palestina en 1948 y la ONU lo avaló. El tema político se vuelve bastante tedioso porque se le trata casi expositivamente y si uno quisiera un libro de historia pues habría acudido a eso precisamente, y no a una ficción. Además, no hay una postura clara al respecto por parte de los personajes: a veces se justifica por la persecución histórica que han sufridos los judíos y a veces se repudia por la injusticia que supuso para los palestinos.


La historia de Shmuel tampoco va a ningún lado: es un joven dubitativo e inseguro, del tipo que una trataría de evitar a toda costa en la vida real porque son increíblemente desesperantes. Los momentos más interesantes están en algunos de los temas de su tesis abandonada. Sugiere, por ejemplo, que “sin Judas tal vez no habría habido crucifixión y sin crucifixión no habría habido cristianismo”. Hay otra hipótesis interesante: Judas Iscariote fue el primer cristiano, el último, el único. Su traición no está cifrada en haber vendido a Jesús, sino en haber creído en su divinidad más que Jesús mismo y haberlo compelido a probarla en Jerusalén, donde lo crucificaron. Judas creía que la crucifixión sería la prueba fehaciente para demostrar el carácter divino de Jesús. “Ahora se alzará el Dios crucificado, se desprenderá de los clavos, descenderá de la cruz y le dirá a todo el atónito pueblo postrado en tierra: Amaos los unos a los otros”. En lugar de eso, Jesús murió agonizando, preguntándose: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”


“Palabras como esas solo pudieron surgir de los labios de un hombre agonizante que creía, o que creía a medias, que en efecto Dios lo iba a ayudar a arrancar los clavos, a hacer el milagro y a descender sano y salvo de la cruz. Y con esas palabras agonizó y murió exangüe como cualquier hombre, como un hombre de carne y hueso. Y Judas, ante cuyos ojos conmocionados acababan de derrumbarse el sentido y la finalidad de su vida, Judas, que comprendió que había causado con sus propias manos la muerte del hombre al que amaba y admiraba, se marchó de allí y se ahorcó”.

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