Ya sé que decir “placer intelectual” suena pedantísimo, pero no sé qué otras palabras ponerle a la experiencia que es leer a Susan Sontag. ¿El rave de las neuronas? ¿La peda del lóbulo frontal? En fin, que leerla es un gozo que me hace sentir nostalgia de los intelectuales del siglo XX que de hecho se dedicaban a pensar, en contraste con los mamarrachos contemporáneos que se auto-endilgan ese término hoy vacío de significado.
En este libro, Sontag analiza las metáforas a través de las que se han pensado dos enfermedades que dominaron el siglo XIX y el XX, respectivamente: la tuberculosis y el cáncer. La tuberculosis fue una enfermedad profundamente romantizada: una enfermedad de los pulmones es una enfermedad del alma. Se creía que los tuberculosos –cuyo cuerpo enflaquecía, palidecía y se minimizaba– eran intelectualmente superiores; una especie de triunfo del espíritu sobre la materia, donde estar saludable era banal, incluso vulgar. Los tuberculosos eran seres demasiado sensibles para soportar el horror cotidiano. El que muchos escritores y poetas sufrieran dicha enfermedad contribuyó a esa fantasía: Keats, Kafka, las Brontë, Emerson, Thoreau…
En contraste, el cáncer es una enfermedad del espacio terrenal, del cuerpo (ya que puede atacar en cualquier lugar de éste). Algunas (idiotas) teorías psicológicas sugieren que el cáncer es el resultado de la represión: la persona reprime sus sentimientos (su ira, principalmente) y esto causa el cáncer. El aspecto más terrible de esta idea es que pone la culpa sobre los enfermos, creyendo que ellos provocaron el padecimiento y, por lo tanto, lo merecen.
Sontag escribió este libro después de sobrevivir a un tumor de mama en fase IV a los 42 años, con el propósito de combatir el significado que se le quiere imponer a algunas enfermedades, y que muchas veces aterra al enfermo y evita que busque tratamiento científico efectivo.
“Illness is the night-side of life, a more onerous citizenship. Everyone holds dual citizenship, in the kingdom of the well and of the sick. Although we all prefer to use only the good passport, sooner or later each of us is obliged, at least for a spell, to identify as citizens of that other place (…) The most truthful way of regarding illness –and the healthiest way of being ill– is one most purified of, most resistant to, metaphoric thinking”.
Sontag sobrevivió al primer embate del cáncer. También al segundo: 15 años después venció el cáncer uterino. 14 años después perdió la batalla contra la leucemia. Murió a los 71 años.
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