La familiaridad es la sensación inicial a través de la cual uno se relaciona con esta serie de cuentos. Los temas y personajes no son elaborados artificios literarios y justamente esa podría ser la trampa de Morábito para hacernos sentir cómodos y seguros, para que entonces baste la extrañeza de un detalle para potenciar el misterio y forjar con éxito el elemento de revelación que todo buen cuento conlleva. Sin embargo, esa revelación no es la sorpresa chambona, la vuelta de tuerca forzada, sino una exploración casi sedosa de lo retorcida que puede ser la mente humana: ¿cuánto de nuestra paranoia, fobias, anhelos y deseos moldea la realidad? ¿Las circunstancias nos llevan a imaginar explicaciones o son esas ideaciones las que se traducen en nuestro día a día? Morábito (escritor y, por ello, seguramente parte del equipo de los que tenemos certeza de que las palabras moldean el mundo) pone en práctica esa alquimia en sus cuentos, pero no con sentido lúdico, sino siniestro: imaginar un horror es el primer paso para materializarlo.
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