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Foto del escritorGabriela Solis

Empatía descafeinada

Artículo originalmente publicado en Think Tank New Media.


Ya no hay errores; son áreas de oportunidad. No existen más las rupturas definitivas; son sólo breaks. Ni hablar de las discapacidades; capacidades diferentes. ¿Por qué tanto temor a las palabras precisas? Por un hecho innegable: el nombre de las cosas modifica a las cosas. Así de poderoso es el lenguaje y por eso creamos tantos eufemismos, para protegernos. Para suavizar una verdad que, nombrada con precisión, sería más dolorosa.

Pero el dolor siempre llega puntualmente.


Esta actitud pusilánime de no llamarle a las cosas por su nombre no hace sino entorpecer o retardar verdades que más valdría enfrentarlas en cuanto se las reconoce. Un ejemplo cercano: una prima está por divorciarse y a su hijo le dijo que será muy afortunado porque ahora tendría dos casas dónde vivir. El niño le cuenta con alegría la noticia a sus amiguitos de la escuela, quienes, con toda la lucidez y crueldad de la infancia, le dicen que no sea menso, que lo que pasa es que sus papás se van a divorciar.


El ejemplo ilustra el punto débil fundamental de esta estrategia. La justificación es que se intenta proteger a alguien, pero cuando se revela la verdad el golpe es doblemente duro porque contiene la vergüenza de no haber comprendido la magnitud real del problema y la humillación de haber sido engañado. Me parece que la propuesta de El día después se inscribe en esa estrategia de miedo al lenguaje.


El día después es una iniciativa que pretende llamar a la empatía, la unidad y el pensamiento crítico con el propósito expreso de “ver hacia una nueva realidad y conciliar las diferencias a partir del 2 de julio”. Todo orquestado como si fuera el lanzamiento de un nuevo shampoo: con artistas a cuadro, videíto de YouTube corto para que lo compartas y cuentas en todas las redes sociales. Firman Iñárritu, Diego Luna, Natalia Lafourcade y algunas estrellas más del progresismo biempensante y políticamente correcto. Ah, y como toda campaña publicitaria efectiva, tiene un llamado a la acción: firma el manifiesto.



Se trata de un manifiesto de 12 puntos que es, por lo menos, ingenuo. Además, está redactado como si fuera una lista más del contenido desechable y cotidiano de Internet: 5 trucos para no romper la dieta, 10 hábitos matutinos de los millonarios, 12 puntos para mantener la paz después de la elección presidencial. Este manifiesto no hace sino insistir en la infantilización de la ciudadanía, reforzando la idea de que hablar de política es demasiado espinoso y que es mejor suministrar instrucciones que parecen sacadas de un libro de kínder:

  • Ejerzo una actitud crítica hacia nuestros gobernantes.

  • Debo escuchar a los pueblos indígenas y asegurarme de que sus decisiones y autonomías sean respetadas.

  • El respeto al medio ambiente es el respeto a mí mismo.

Es una propuesta Condechi buena ondita que no toca donde duele. Esta elección presidencial es la más polarizada de la historia reciente: ¿por qué no intentar leer en las raíces de eso? Si nos confrontamos, si nos dividimos, fue por algo. No se puede restaurar una grieta que no se reconoce como tal.


Además, el sesgo genera desconfianza: la mayoría de las personalidades abajofirmantes ya eran famosas hace 6, 12 años. ¿Por qué no hicieron ese llamado en las dos elecciones presidenciales anteriores, fraudes cínicos por donde se las vea? Quizá porque es hasta ahora que ven sus privilegios –como ellos mismos los definen en el video– amenazados. La élite llamando al pueblo a ser consciente, a no ser violento. Hipocresía y pusilanimidad.


Carajo, qué desolación que no haya ningún radical que se atreva a nombrar los problemas sin miedo a la confrontación, sin la disculpa por delante. Sí, estamos divididos. Sí, no podemos vivir así después del 1 de julio. Pero hacer como que el problema es nuestro comportamiento después de haber elegido al nuevo presidente y no las razones profundas del desencuentro general es igual que no hacer nada. Ningún esfuerzo, pero eso sí, la conciencia tranquila porque firmé un manifiesto.


Necesitamos empatía, pero no una facilona y descafeinada, sino una que no temamos construir de a poco, tocando las llagas abiertas y reparando despacio, posponiendo la satisfacción inmediata, confrontándonos. No permitamos la infantilización del pensamiento: ser adulto es hacerse cargo de la propia mierda, empezando por nombrarla y reconocerla. Aunque duela.

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