
No recuerdo la última vez que un libro me haya hecho llorar tanto. No se trata de una anécdota conmovedora o de un personaje inolvidable, sino de un autor que se está dejando la piel en el libro y el texto es su carne sangrante, su esqueleto desnudo. En “El Reino”, Carrère cuenta su episodio psicótico que se tradujo en una breve pero radical conversión al cristianismo. Como mucha gente, se volvió hacia la fe en un momento de crisis: su vida se estaba yendo a la mierda y esto le impedía ejercer la escritura, su actividad vital. La honestidad con que puede mirarse a sí mismo es desgarradora, porque tiene muy claro que un escritor es esencialmente un ególatra y lo que le pide a Dios es “que lo empequeñezca para que Él pueda habitarlo”. Así que se embarca en un viaje hiper neurótico para intentar tener fe: adopta hábitos de asceta, come frugalmente y se dedica sólo a leer los Evangelios y a reflexionar sobre cada párrafo. Sin embargo, hay una pared que le impide atravesar hacia esas verdes praderas de aguas tranquilas: su inteligencia. Lucha encarnizadamente contra ella, desea ardientemente creer y no pensar, pero falla una y otra vez. La otra parte del libro es una especie de biografía de los evangelistas Pablo y Lucas, con los que Carrère –una vez que regresó al agnosticismo– se identifica: un loco apasionado y un novelista agudo. Seguramente haber convertido esa búsqueda desesperada en una novela rotunda era lo que Carrère necesitaba en realidad para volver a emerger y respirar. Aquí un par de las páginas que me dejaron temblando.


Comments