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Foto del escritorGabriela Solis

El fin del Homo sovieticus


Este es el mejor libro que leí en 2021. Aleksiévich es de las escritoras que más me emociona: como periodista, sabe quedarse al margen de las historias de quienes retrata y honrarlos al dejarlos ser los protagonistas. Como escritora, se nota el trabajo de edición impecable para lograr que la narrativa fluya y conmueva. El análisis que hace aquí de las personas que vivieron la caída de la URSS y la transición hacia la democracia y el libre mercado es antropología de lujo.


Uno de los leitmoivs de mi vida es sentir una nostalgia muy real por cosas que no viví. “El fin del Homo sovieticus” me hizo pensar constantemente en ello porque nos habla de una forma de vida que, hay que admitirlo, es inconcebible para nosotros modernillos y occidentales: una donde el dinero no es el eje rector de la vida.


Ese es el lamento más recurrente en el libro: ciudadanos que repudian que su país se haya alejado de un proyecto que buscaba la igualdad de los hombres para adherirse al proyecto global de individualismo y acumulación. Los testimonios son dolorosos porque es como si fueran huérfanos: no saben cómo vivir en un mundo tan radicalmente distinto para el que fueron educados (adoctrinados, si se quiere).


“Los rusos estamos hechos para creer en algo elevado, sublime. Llevamos el comunismo y la condición imperial inscritos en la médula. Todo lo heroico nos es próximo”.

También están aquellos anti-comunistas que vieron con alegría la caída de la URSS y creyeron en la utopía del libre mercado con fervor, sólo para encontrarse más empobrecidos que antes y ahogados en un mar de corrupción.


“Ganaron los burgueses, las pulgas, los gusanos. Recuerde las películas y las canciones soviéticas. ¡De qué elevados sueños hablaban! De qué fe… Oiga, soñar con tener un Mercedes-Benz no es soñar de verdad…”

Aleksiévich es cuidadosa de no romantizar el Stalinismo: ofrece suficientes testimonios de gente que vivió las purgas, los campos de trabajo, la censura y las penas irracionales por decir un chiste o emitir una opinión. Sin embargo, no intenta moralizar y en cambio también se esfuerza por entender el otro lado, aquellos que, a pesar de todo, creen que esos enormes sacrificios valían la pena porque estaban construyendo algo más elevado: el espíritu de una nación, la grandeza de un pueblo, un fin que justificaba los medios. Este lema bolchevique lo ilustra con una precisión terrible: “Con puño de hierro conduciremos a la humanidad a la felicidad”.


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