Este es un libro tan increíblemente tierno como cruel. La descripción de la contradictoria naturaleza de Ammu –la madre de los gemelos protagonistas– lo podría definir bien: “La infinita ternura de la maternidad y la cólera temeraria de una terrorista suicida”. Es un libro sobre la inocencia (y su pérdida), sobre el amor (y sus consecuencias), sobre la felicidad, las formas extrañas en que se manifiesta y su brevedad.
Estha y Rahel son mellizos: a través de ellos conocemos un poco cómo es la vida en Ayemenem, una ciudad india. Roy logra construir su mundo infantil con veracidad, imaginando lenguajes secretos, códigos y señas del tipo que sólo comparten los hermanos y a través de los cuales van construyendo su entendimiento del mundo juntos. La inocencia de ambos termina abruptamente cuando ocurren dos cosas: un episodio de abuso sexual y la muerte de su prima. Catapultados a la madurez, son obligados a enfrentarse a verdades que normalizamos al crecer, pero que no por eso dejan de ser crueles: las personas mienten, el amor no siempre es suficiente, muchas veces la clase social determina la justicia, hay pérdidas que no se superan.
“En la naturaleza humana todo es posible: Amor. Locura. Esperanza. Júbilo infinito.
De las cuatro cosas que eran posibles en la naturaleza humana, Rahel pensó que la que sonaba más triste era el júbilo Infiniiito. Júbilo Infiniiito. Sonaba a iglesia. Como un pez triste lleno de aletas”.
El lugar donde se ubica la narración es fundamental: el sistema de castas de la India determina cosas tan imposibles de reglamentar como a quién se ama, cuánto y cómo. Tener una relación con alguien de una casta distinta puede significar la muerte, pero la sola idea de que se puede normar el deseo es ridícula. Aun así, las formas sociales están tan arraigadas que provocan una lucha imposible entre la lealtad y el amor.
¿Quién es el dios de las pequeñas cosas? Arundhati sugiere varias veces que es el dios de la pérdida. “Las Grandes Cosas siempre quedan dentro. No tienen adonde ir. Ningún futuro. Así que se aferraron a las pequeñas cosas”. Depositar la fe en la fragilidad, aferrarse a la pequeñez puede ser una alternativa para sobrevivir en este mundo grandilocuente, donde todo parece ser de vida o muerte.
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