¿Cuántos conocidos ven su trabajo como algo gozoso? Ninguno. En todo caso, podría hablar de los que lo padecen menos que otros. De la obligación moral en que se ha convertido el trabajo y las consecuencias que eso tiene en el espíritu va este libro. Ser trabajador actualmente implica, en la gran mayoría de los casos, estar bajo el mando de jefes imbéciles y rodeado de compañeros que en cualquier otra circunstancia evitarías como la peste. ¿Es posible no ceder ante eso? Estructuralmente, no. El capitalismo necesita trabajadores explotados y exhaustos que no quieran pelear por sus derechos laborales básicos o usar su energía para crear (ya no digamos hacer la revolución). Lo soportamos porque no hay alternativas. Las “alternativas” –creadas por el mismo sistema– adolecen de lo mismo: los freelancers trabajan en domingo a las 9 P.M. sin prestaciones ni seguridad social, los emprendedores invierten dinero que no tienen y, ¿quién es dueño de su propia casa para poder rentar un cuarto en AirBnB? Este sistema, sugiere Alejandro Hosne se sostienen en parte debido al terror que le tenemos a sentir angustia. Preferimos tener la quincena segura y el ánimo podrido antes que cuestionar nuestra forma de vida. Usamos la fatiga producto de la explotación laboral como bálsamo para no interrogarnos ni atender cuestiones existenciales. Dice Eagleton que dice Marx: “Puesto que el trabajo siempre significa, y siendo los seres humanos unos animales significantes (hacedores de signos), es imposible que sea una pura cuestión técnica o material. Lo económico, en definitiva, siempre presupone mucho más que lo económico en sí”. Tiene razón, pero si nos agotamos tratando solamente de llegar a fin de mes, ¿qué tiempo y energía podemos dedicarle a esas cuestiones? Hoy en día, el llamado más revolucionario tendría que parafrasear la oración con la que termina el manifiesto comunista y decir: “Trabajadores del mundo, ¡descansad!”.
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