J.M. Coetzee debió haber aceptado su deseo de escribir la novela total y hacerle a la Marcel Proust: órale, 7 tomos de “Desgracia”. Siento que hay demasiados temas relevantes apretujados en 200 páginas, y todos luchan por la prioridad: de la conciencia del envejecimiento y la muerte, a la realidad sudafricana post-Apartheid, pasando por el abuso sexual en una relación de poder desigual. Francamente, terminé abrumada.
Todo comienza con David Lurie, un profesor de literatura cincuentón preocupado por resolver el problema de su libido cuando su prostituta de confianza deja de verlo. ¿Su solución? Cortejar a una estudiante 30 años menor que él. Cortejar es una palabra muy suave; digamos la palabra adecuada: violar. En una serie de escenas incomodísimas, Lurie abusa sexualmente de su alumna y se justifica con imbecilidades líricas del calibre “el precio de ser tan bella es que tu belleza deja de ser sólo tuya y le pertenece al mundo” o “no pude contenerme porque Eros actúa a través de mí”. Es difícil continuar un libro cuando se desprecia tanto y tan rápido al personaje principal.
Melanie, la alumna, denuncia a Lurie y ahí comienza su debacle. Él acepta su culpabilidad, pero quiere hacerlo de una manera secular y legal, sin implicaciones de por medio. Al percibir que eso no es suficiente para el comité que lo juzga –y que lo que quiere de él es culpa, humillación, arrepentimiento –, renuncia y se va a pasar unos días con su hija Lucy. En una deuda de karma pagada casi inmediatamente, tres negros violan a Lucy, que es blanca, desatando un dilema de justicia vs culpa histórica.
Lo más complicado del libro es lidiar con un protagonista que no es ni abiertamente abyecto, ni alguien que sufre porque quiere cambiar. ¿Cuál es el drama existencial de Lurie? ¿Por qué el lector debería empatizar con él, apoyarlo o mandarlo a la mierda? No hay nada que nos incite a lo uno o lo otro: David va por la vida resignado a ser quién es, sin intentar redimirse o devastarse.
Dos cosas valen la pena de “Desgracia”: uno, el retrato de la complejísima relación padre-hija y cómo los padres, al envejecer, buscan perpetuar su juventud y su poder a través de intentar mantener un rol que cada vez es menos necesario y más fastidioso (¿qué mujer de 30 años necesita un padre que quiera decirte qué está bien y qué mal?). Dos: la posibilidad de redención a través de la bondad con los animales, bestias que no saben de moral y son enteramente nobles o abiertamente salvajes.
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