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Foto del escritorGabriela Solis

De cómo me convertí al futbol

Artículo originalmente publicado en Think Tank New Media.


Piensen en su inmamable de confianza. Esa persona que se cree más lista que todos, la que se horroriza con las muestras de estupidez cotidianas, la insoportable corrigeplanas. Todo eso –y peor– era yo.


Una pose así sirve para lidiar con la inseguridad de comenzar a forjar la personalidad: es un escudo impenetrable donde no caben las dudas y a través del cual, falazmente, te colocas del lado opuesto de lo que criticas. Si yo puedo darme cuenta de que ellos son los idiotas, eso me excluye de ser una idiota. ¡Qué bárbara, un razonamiento intelectualmente formidable!, diría un vástago del ala cultural conservadora a propósito de un candidato que no se acuerda de cómo se llama el libro que escribió.


Sin embargo, dicha postura tiene el pequeño defecto de volverte insoportable. Lo increíble (¿lo peligroso?) es que eso no es evidente de inmediato porque hay mucha gente que comparte el terror de mostrarse tal cual es y exponerse a la crítica. Este mundo sería un mejor lugar si a los que le jugamos alguna vez al snob nos hubieran dicho un saludable “no mames” a tiempo.


En esa pose estaba cuando viajé a Argentina en octubre de 2013, ocho meses antes del Mundial de Brasil. Me impresionó cómo la vida de un país giraba alrededor del futbol. Un anuncio espectacular lo resumía bien: tenía una imagen de Messi y la frase “El futbol lo es todo”. ¿Cómo una tierra culta y elocuente como la Argentina se atrevía a decir eso? En las dos semanas que estuve ahí comprendería que justamente es su nula necesidad de impresionar a los demás (rasgo de una autoestima saludable que a veces puede interpretarse como el cliché del argentino sobrado) lo que les permite abrazar sus pasiones sin censura.





Cierto: el futbol lo era todo. En televisión se discutía si por fin Messi se haría con la copa y qué jugadores deberían estar en el cuadro mundialista sí o sí. Pero no se hablaba solo del evento de futbol más grande del mundo: en los asados de barrio, donde se juntan los mismos amigos de hace 40 años, se analizaban a diario los dos o tres partidos menores del día anterior. Más aún: la pasión por el futbol no se enmarca dentro de límites temporales. Lo mismo se celebra un gol de hace un par de horas, que se recuerda algún partido de la década de los setentas entre Boca y River que se mienta a Maradona, siempre a Maradona. El futbol era el pretexto para reunirse a cenar con ocho o doce amigos y forjar lazos con otros que, como tú, han decidido darle un pedazo de su corazón a once jugadores. Es desencadenar la convivencia, conversar, estar juntos, ser amigos. El vivir ese ambiente a diario cambió mi percepción y volví a México felizmente intoxicada de futbol.


En 2016 esa felicidad entró en shock: Messi renunció a la selección argentina. ¿Se imaginan un Mundial sin él? Tomó esa decisión después de perder cuatro copas con la albiceleste y el país literalmente se convulsionó. “No te vayas, Lio” fue el mensaje que inundó los medios, las redes, señalizaciones de tránsito y del subte y el grito en nombre  del cual se convocó una marcha al obelisco de Buenos Aires. Al final lo convencieron, para suerte de todos los que amamos el futbol. Que un atleta pueda mover a un país de esa forma da qué pensar, y es que –lo digo con toda sinceridad– vivir en la misma época que Messi es un privilegio: ¿por qué uno se perdería la posibilidad de deslumbrarse ante un talento tan extraordinario? Ningún snobismo lo vale.


Confesaré que mi conversión al futbol fue total: de criticar a los que seguían con fervor una copa pasé a obsesionarme viendo documentales sobre Maradona, compilaciones de vídeos sobre los mejores goles de la historia, aprenderme a medias la narración del gol del siglo (¡barrilete cósmico!) y leer explicaciones de por qué Messi es tan increíble que debe ser un extraterrestre. Me tomó 25 años entender que el futbol es un pretexto para la alegría. Es un espectáculo del cual todos podemos participar porque es puramente placentero: un desafío frontal a todos los snobs que dicen tú no puedes leer este libro, tú no entiendes esta película, tú no tienes la sensibilidad para esta música. No hay nada más democrático que el futbol. Lo otro es vivir en un mundo etéreo donde se busca admiración, no convivencia. Qué alegría estar acá abajo, en el mundo real donde existe el futbol y se goza a rabiar.

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