A medida que se envejece, una puede descubrirse más conservadora respecto a ciertas cosas. No creo que eso esté intrínsecamente mal, siempre y cuando no se cometa la imbecilidad de volverse panista o unirse al FRENA. Yo he descubierto que mi lado conservador sale a la superficie cuando se trata de poesía. Ya me lanzarán tomatazos los hiper entendidos en el arte hiper contemporáneo, pero me descoloca que hoy se tomen en serio cosas como los “poemojis” o los “poemas” que hablan de perrear hasta abajo (nada contra perrear hasta abajo, todo contra intentar hacerlo pasar por poesía) cuando hubo un tiempo no tan lejano donde se consideraba que los poetas eran los médiums por los cuales hablaba el espíritu del tiempo. Czeslaw Milosz pertenece a esos poetas.
Milosz –lituano de nacimiento, pero criado en Polonia– vivió todo el horror de su siglo: tenía 7 años cuando terminó la Primera Guerra Mundial y vivió la Segunda en la Varsovia ocupada por los nazis. Su poesía trata, en gran medida, de comprender este mundo inclemente y de interrogarse qué papel tiene Dios en él. Su poema “Dawns” dice:
“One life is not enough / I’d like to live twice on this sad planet , / In lonely cities, in starved villages / To look at evil, at the decay of bodies, / And probe the laws to which the time was subject, / Time that howled above us like a wind”.
También era un apasionado del lenguaje: hablaba polaco, ruso, lituano, inglés, francés y hebreo. Sentía una deuda especial con su lengua natal, el polaco, en la cual escribía la mayoría de sus poemas y a la cual le dedica varios de éstos también: “Faithful mother tongue, / you are a tongue of the debased, / of the unreasonable, hating themselves / even more than they hate other nations, / a tongue of informers, / a tongue of the confused, / ill with their own innocence”. Aprendió hebreo para traducir los salmos. Perfeccionó su lituano antes de morir, “por si era la lengua que se hablaba en el Cielo”. Como si cada lengua encerrara una parte de la esencia de lo humano, una parte del código para descifrar el mundo.
Milosz estaba convencido de que el dolor del mundo servía para educar a la inteligencia y convertirla en un alma. Y su forma para expresar el alma era la poesía, no para forjarse un nombre en la posteridad, sino para encontrar el orden, el ritmo y la forma; lo opuesto al caos y la nada. Poco antes de su muerte escribió: “I strongly believe in the passive role of the poet. The poet receives a poem as a gift from forces unknown to him, and he should always remember that the work he has created is not due to his merit. His mind and his will must, nonetheless, be ever alert, sensitive to everything that surrounds him”. Esa ética, completamente opuesta a la de nuestros días donde gracias a las redes sociales creemos que tenemos algo importante que decir y nos enojamos si nos roban un sesudo tuit, me hace suspirar.
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