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Foto del escritorGabriela Solis

Cartucho



Ah, la novela de la revolución mexicana. ¿No es extraño que se utilice un evento histórico como categoría literaria? Esto genera varios desastres: 1) obras con poco mérito artístico se recuerdan sólo porque el tema coincide con la categoría, 2) es literatura que se importa como folklor y 3) excluye del canon a libros que no se ajustan a la descripción. Esto último ocurre con el libro de Campobello. No es una novela (son 33 relatos) y no contiene el arco dramático de un héroe (aunque es villista). Cartucho es una mirada íntima y minimalista de los hombres de la revolución. No le interesa hablar de lo grandilocuente: ni de la lucha y las ideologías detrás de ella, ni de los caudillos. Y no le interesa por una sencilla razón: la narradora es una niña. Una niña que todavía está desposeída de juicios morales, lo que le permite una mirada particular: los muertos son juguetes, los fusilamientos asombrosos, todos los hombres son valientes. Nellie narra haciendo eco a la voz de su madre, a través de quien conoció todas esas historias, y la vuelve uno de los personajes principales. Esta operación coloca al mismo nivel a la Mamá y a los soldados y guerrilleros, y tiene mucho sentido: revela que todos tienen un rasgo que merece ser recordado –contado– aún si poco tiene que ver con la guerra. Por eso es una obra entrañable, porque está llena de estampas que captan con inocencia lo más humano de cada uno de los protagonistas. Me parece que, al final, es algo bueno que Cartucho no se considere enteramente parte de la literatura de la revolución, porque es mucho más potente que eso.

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