Me preguntaba cómo habría hecho Vivian Gornick para tomar la distancia necesaria para escribir de su madre como lo hace en este libro de memorias. Narra con una intensidad lírica y una fuerza que nunca decaen, a pesar de que asistimos al esfuerzo de alguien que está escarbando en su dolor fundacional. Y la respuesta es obvia: no se aleja, sino que se sumerge de lleno en todo lo confuso e intenso que puede ser la relación madre-hija. Desgarrarse es su decisión estética. La representación tan precisa que hace de su madre es maravillosa, pinta el alma entera de una mujer complicada, histérica e irascible en un intento de inteligir quién es ella misma, qué cosas sus orígenes y crianza le vetaron en el futuro y si esos diques se podrían llegar a quebrar. Esta novela me conmovió y me asombró por igual, y es que, ¿cómo escribir de los padres? Es un reto literario inconmensurable: ¿cómo hacer aparecer en un (otro) escenario a quien te puso en el mundo? ¿Cómo insuflar vida a quien te engendró? La operación de devenir creador de tu padre/madre es suficientemente delirante por sí misma y se vuelve aún más compleja cuando consideramos la gama inagotable de sentimientos que una relación tan cercana entraña: de la admiración a la confrontación, de la irritación a la necesidad. Escribir de los padres es escribir de uno mismo, y eso es lo más aterrador y vital que puedo imaginar.
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