Cavafis es contemporáneo –murió en 1933–, pero su poesía se siente mucho más antigua de lo que es. Una de las razones es su pasión por el pasado grecolatino: cuando una lee a Cavafis también está aprendiendo historia. La introducción de esta recopilación señala que la vida personal de Cavafis arroja poca luz sobre su poesía. Hay autores cuya poesía no puede entenderse separada de su biografía –Ajmátova, Tsvietáieva–, pero con Cavafis no ocurre así y creo que es porque su poesía es más bien académica.
Esa no es una observación de valor, no dice nada respecto a la calidad de la poesía de Cavafis, pero ayuda a comprender su estética. Cavafis es un poeta con un bagaje intelectual enorme: nos lo hace saber a través de todos los episodios de historia griega y romana que reimagina en verso, con sus referencias cultas, con las cuestiones filosóficas que impregnan sus mejores poemas. No es un poeta del arrebato, es un poeta de la inteligencia.
Su poesía puede dividirse en tres principales áreas: poemas filosóficos, históricos y eróticos. Los históricos son interesantes, tienen una estructura casi narrativa así que son un cúmulo de pequeñas historias. Los eróticos son los menos afortunados; yo sé que uno no decide qué le alborota la libido, pero sólo hay tantos poemas sobre efebos de una belleza perfecta que una puede leer. Los filosóficos, en cambio, son inolvidables; dentro de esa categoría están piezas como “La Ciudad” (uno de mis poemas favoritos de la vida, foto en la siguiente imagen) o “Ítaca”, con versos como éstos:
“Ítaca te brindó tan hermoso viaje, / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada qué darte. // Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / entenderás ya qué significan las Ítacas”. ¿Y cómo no acordarse de ese otro tremendo poeta del intelecto, Borges, y de su poema donde también habla de Ítaca? “Cuentan que Ulises, harto de prodigios, / lloró de amor al divisar su Ítaca / verde y humilde. El arte es esa Ítaca / de verde eternidad, no de prodigios”. La pura gozadera Apolínea.
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