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Foto del escritorGabriela Solis

Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río



Este libro encaja perfecto en la categoría “escritores occidentales enamorados de Japón” (les hablo a ustedes, Yourcenar, Nothomb y Elizondo). La novela de Krasznahorkai, húngaro, es un obsequio disfrazado de desafío: es una prueba para los lectores occidentales, quienes estamos acostumbrados a la acción, el héroe/antihéroe y su misión definida, el arco dramático, la catarsis. Aquí no hay nada de eso. Hay, en cambio, conceptos asociados con las culturas de Oriente y sus prácticas artísticas: paciencia, un cuidado artesanal del lenguaje, un avance lento pero rítmico. A este libro hay que entrarle con la convicción con la que se construyen los templos japoneses: todo tiene un sentido, aún si inicialmente está oculto, pues, como escribe el autor, “sólo existe el todo, no los detalles”. En la segunda foto les dejo una rareza literaria: una página absolutamente perfecta de la novela.



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