Este libro encaja perfecto en la categoría “escritores occidentales enamorados de Japón” (les hablo a ustedes, Yourcenar, Nothomb y Elizondo). La novela de Krasznahorkai, húngaro, es un obsequio disfrazado de desafío: es una prueba para los lectores occidentales, quienes estamos acostumbrados a la acción, el héroe/antihéroe y su misión definida, el arco dramático, la catarsis. Aquí no hay nada de eso. Hay, en cambio, conceptos asociados con las culturas de Oriente y sus prácticas artísticas: paciencia, un cuidado artesanal del lenguaje, un avance lento pero rítmico. A este libro hay que entrarle con la convicción con la que se construyen los templos japoneses: todo tiene un sentido, aún si inicialmente está oculto, pues, como escribe el autor, “sólo existe el todo, no los detalles”. En la segunda foto les dejo una rareza literaria: una página absolutamente perfecta de la novela.
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